Volvió su cabeza y vio todo aquello que tanto lo había marcado y que deseaba dejar atrás. Tomó sus pinceles, algunas hojas y unos cuantos colores. Los anudó ciegamente a su inspiración y a todas sus agallas. Así, sin caminos demarcados por otros, comenzó a asentar esa señal que imprime el pie del hombre en la tierra por donde pasa.

Raúl Schurjin nació en la Mendoza americana a comienzos del siglo XX. La docencia adoptó su carne y las bellas artes su esencia. El litoral santafecino unió en abrazo el sentir de su paleta con esas telas en las que quedaron todos los retratos, las naturalezas muertas, las estampas de la vida humilde y cotidiana… y también ellas, las costeritas, que aún esperan… por siempre esperan.

Su marcha independiente no impidió que, con la valiosa ayuda de unos pocos, encontrase el modo de dar a conocer sus creaciones en diversos puntos de nuestro país y del exterior; especialmente en Europa, al igual que en Japón, región a la que se sintió ligado por el dolor, producto del feroz accionar bélico humano.

Su característica obra, sencillez y sensibilidad lo vincularon con destacados colegas y demás talentos provenientes de las arenas de la música, la danza, la fotografía, la actuación y las letras.

El tiempo pasó y con él su vida. Aquella primitiva huella, la de la inicial pisada que en 1907 sólo tuvo por guía al destino invisible, se convirtió en su homónima, al inscribirse como un camino hecho por el paso constante de un hombre, que con tenacidad sostuvo sus inclinaciones y criterios artísticos.

Las horas siguen transcurriendo y aún es duradero aquel vestigio profundo. Existe puro para quien lo busca ese intenso rastro… Lo que fue incierto entonces, sendero es hoy en día.

Bienvenidos al encuentro con Raúl Schurjin.

Bienvenidos a La Huella.

viernes, 18 de abril de 2008

Con relación a mi padre

Violinista de niño, posterior poeta y desde siempre dramaturgo, Hillyer Schurjin (75) toma las riendas de un carro furioso que porta un sinnúmero de recuerdos. Desde la Madre Patria no esconde su rebeldía expresiva y nos ofrece un recorte tan fugaz como profundo de ese anecdotario schurjiniano.

El círculo de pintores en época de mi padre estaban relacionados. Vivían el momento álgido de la pintura argentina. Acudían a sus exposiciones. No faltaban a las cenas, ni dejaban, en verano, de exponer en Mar del Plata. Entre ellos todo era fluido. Pese a sus esfuerzos individuales, les resultaba imposible esconder o disimular esa pizca de celo imposible de prescindir. Los galersitas se los disputaban, reservaban las mejores fechas a los que consideraban más exitosos para el público y para las ventas de sus obras. Buenos Aires no se detenía. Ellos (los pintores) tenían plena conciencia que formaban parte de ese no detenerse cultural de la ciudad, donde quedaban definitivamente integrados. Sin embargo, y pese a la amabilidad del trato que se dispensaban, no era muy frecuente que se reunieran para charlar o intercambiar ideas o proyectos que podrían ser inquietudes comunes. Cada uno permanecía fiel a sus temáticas, a sus técnicas, etc., hecho que los hacía fácilmente identificables (es un Soldi, un Basaldúa, un Schurjin, un Policastro, etc., etc.).

En el caso de mi padre, sus relaciones en el terreno de la amistad se inclinaban y enriquecían con los escritores, actores, médicos, poetas, críticos de arte, cineastas, músicos, en donde sí y en todos los casos, terminaban en prolongadas reuniones donde no faltaría el alcohol amable y el tabaco necesario. En ellas no se dejó nunca de acudir el constante análisis de situaciones políticas, sociales, y sobre todo culturales. Era el momento de las frecuentes visitas a la ciudad de personajes como Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén, Gudiño Kramer, José Pedroni y una lluvia de intelectuales españoles que llegaban a Buenos Aires para luego distribuirse por toda Latinoamérica, huyendo de la dictadura y mediocridad franquista.

En la casa de mi padre no se llenaron las paredes con obras de colegas contemporáneos y sí de libros las dos bibliotecas más importantes, todos con sendas dedicatorias, que han hecho crecer mi orgullo y el de mi hermano.

Si es necesario ejemplificar, puedo referirme a un momento muy especial: una de esas tantas noches llenas de puro talento, en casa cenaba Francisco Petrone, que en esos momentos era director de Canal 7, cuando sonó el teléfono. El que llamaba era el inmenso pintor Carlitos Alonso que le pedía a mi padre integrarse a los cafés de aquella cena con tres amigos del alma. Mi padre aceptó encantado. Ya en casa estos amigos de Carlitos desenfundaron sus guitarras y la mujer, su voz. Francisco y los demás quedamos alucinados por el talento que de inmediato flotó por toda la casa. Esa noche nació para el mundo Mercedes Sosa y la guitarra de Matus.

Eran momentos que el placer estético se buscaba, sin esfuerzo, para otorgarle a la vida el verdadero sentido que mereciera ser vivido.


Hillyer Schurjin
Villacañas, provincia de Toledo,
14 de abril de 2008.


Fotografía: D. Nieto.

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